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En el poema de Lowry, la cantina ideal es aquella donde se puede beber eternamente, “sin temer al basilisco de la noche”. A través de la puerta siempre abierta, se puede entrever el mundo, donde sopla el viento y se despliegan los seres y los paisajes. En el grabado, desde la cantina imaginada, Machu Picchu surge entre las nubes como aparición maravillosa de los Andes peruanos. Es el mandala americano.